El proceso de creación del vino comienza con el prensado de la uva y termina con el embotellado del producto, pasando por la obtención del mosto y la posterior fermentación alcohólica de la que nace el vino como tal. La selección de una uva de calidad es uno de los pasos que más determinará el carácter del vino resultante (ya sea un afrutado La Rioja o el sabor potente de Rias Baixas) comenzando la cuenta atrás para su recolección cuando se considera que ha alcanzado un equilibrio aceptable entre azúcares y ácidos. Durante el proceso de prensado ha de tenerse un particular respeto por mantener la integridad de los hollejos y las pepitas, para ofrecer así la calidad sin adulterar de los mejores vinos.

Una vez se tiene el mosto, este ha de fermentar durante 6 días para el vino joven y entre 6 y 10 días para el vino crianza y reserva. El paso en el cual el azúcar del mosto se convierte en alcohol etílico es uno fundamental en el proceso de elaboración del vino.

El vino fermentado se trasladará a otros depósitos, donde permanecerá un tiempo. Según el momento en que se realice este paso, variará el vino resultante: el “descubre en caliente” se produce cuando el vino ya no conserva gran proporción de azucar, mientras el “descubre en frío” se realiza una vez finalizada la fermentación, propio de vinos de largo envejecimiento y de resultado complejo y sofisticado. El vino ha de ser almacenado siempre entre 10 y 18 grados centígrados, deseablemente a 15, tumbado y en un lugar oscuro y poco húmedo, sin olores fuertes que puedan pervertir la esencia del producto.

El proceso de elaboración del vino es tan pasional como su consumo, llevado a cabo por maestros que conocen todos sus secretos y han perfeccionado este ritual durante generaciones para ofrecer los mejores caldos. Cada vino es una pieza meticulosamente elaborada para ofrecer la mayor satisfacción a aquel que lo degusta, desde un blanco Valdehorras de tradición romana a un tinto de la Ribeira Sacra, uno de los más antiguo de Galicia.